Read Hijos de la mente Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (3 page)

BOOK: Hijos de la mente
5.69Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ella apartó el rostro.

—¿No comprendes los aiúas?

—Decir que toda la gente ha existido siempre, que somos más viejos que los dioses más viejos….

—Bueno, más o menos —dijo Peter—. No se puede decir que los aiúas del Exterior existen, o al menos no con un tipo de existencia significativa. Sólo están… allí. Ni siquiera eso, porque no hay ninguna sensación de localización, no hay ningún lugar donde puedan estar. Sólo son. Hasta que alguna inteligencia los llama, les pone nombre, les da alguna especie de orden, les da hechura y forma.

—El barro puede convertirse en oso, pero no mientras descansa frío y húmedo en la orilla del río.

—Exactamente. Y fueron Ender Wiggin y algunas otras personas que, con suerte, nunca tendrás que conocer, quienes hicieron el primer viaje al Exterior. No iban a ninguna parte, en realidad. El objetivo de aquel primer viaje fue estar en el Exterior el tiempo suficiente para que uno de ellos, una genetista de extraordinario talento, pudiera crear una nueva molécula, extremadamente complicada, la imagen de la que tenía en la mente o más bien de las modificaciones que necesitaba hacer para que existiera… bueno, no podrías comprender su biología. De todas formas, ella hizo lo que se suponía que tenía que hacer: creó la nueva molécula, zis zas; lo malo es que no fue la única persona que creó algo ese día.

—¿La mente de Ender te creó? —preguntó Wang-mu.

—Sin darse cuenta. Digamos que fui un trágico accidente, un efecto secundario desafortunado. Digamos que todo el mundo allí, todo, creaba desaforadamente. Los aiúas del Exterior están frenéticos por ser convertidos en algo, ¿sabes? Había naves sombra creándose a nuestro alrededor. Todo tipo de estructuras débiles, fragmentadas, frágiles, efímeras, se alzaban y caían a cada instante. Sólo cuatro adquirieron solidez. Una fue la molécula genética que Elanora Ribeira había ido a crear.

—¿Otra fuiste tú?

—Me temo que la menos interesante. La menos amada y valorada. Una de las personas a bordo de la nave era un tipo llamado Miro, que por un trágico accidente sucedido años atrás quedó lisiado. Daños neurológicos: habla pastosa, torpe de manos, cojo. Tenía en la mente la poderosa imagen de sí mismo tal como era antes. Así que, con aquella perfecta autoimagen, un gran número de aiúas se convirtieron en una copia exacta, no de cómo era, sino de cómo fue antes y ansiaba volver a ser. Completo, con todos sus recuerdos… una réplica perfecta. Tan perfecta que sentía la misma repulsa total por su cuerpo lisiado. De modo que, el nuevo Miro mejorado… o más bien la copia del viejo Miro sin taras, lo que sea, se quedó allí como el rechazo definitivo del lisiado. Y ante sus mismos ojos, aquel viejo cuerpo rechazado se desmoronó en la nada.

Wang-mu se quedó boquiabierta al imaginarlo.

—¡Murió!

—No, ése es el tema, ¿no lo ves? Vivió. Era Miro. Su propio aiúa… no los trillones de aiúas que componían los átomos y moléculas de su cuerpo, sino el que los controlaba todos, el que era su yo, su voluntad… Su aiúa simplemente se mudó al cuerpo nuevo y perfecto. Ése era su auténtico yo. Y el viejo….

—No tenía ninguna utilidad.

—No tenía nada para darle forma. Verás, pienso que nuestros cuerpos se sostienen por el amor: el amor del aiúa maestro por el glorioso y poderoso cuerpo que le obedece, que le da al yo toda su experiencia de mundo. Incluso Miro, con todo lo que se odiaba cuando estaba lisiado, incluso él debió de amar el patético resto de su cuerpo que le quedaba. Hasta el momento en que tuvo uno nuevo.

—Y entonces se mudó.

—Sin saber siquiera que lo había hecho —dijo Peter—. Siguió a su amor.

Wang-mu escuchó aquel extraño relato y supo que debía de ser verdad, pues había oído mencionar a menudo a los aiúas en las conversaciones entre Han Fei-tzu y Jane, y ahora, con la historia de Peter Wiggin, tenía sentido. Tenía que ser cierto, aunque sólo fuera porque aquella nave espacial había aparecido surgida de la nada a la orilla del río tras la casa de Han Fei-tzu.

—Pero ahora debes preguntarte —dijo Peter—, cómo cobré yo vida si nadie me ama ni me amará.

—Ya lo has dicho. La mente de Ender.

—La imagen más intensa que guardaba Miro era la de su yo más joven, más sano, más fuerte. Pero en el caso de Ender, las imágenes que más le importaban en su mente eran las de su hermana Valentine y su hermano Peter. No tal como eran, pues su hermano real murió hace mucho tiempo, y Valentine… ha acompañado o seguido a Ender en todos sus saltos a través del espacio, así que todavía vive, aunque ha envejecido mientras él envejecía. Es madura. Una persona real. Sin embargo, en aquella nave, durante aquel instante en el Exterior, él conjuró una copia de su esencia juvenil. La joven Valentine. ¡Pobre Vieja Valentine! No sabía que era tan vieja hasta que vio a ese yo más joven, a ese ser perfecto, ese ángel que había habitado en la retorcida mente de Ender desde la infancia. Debo decir que ella es la víctima más atormentada de este pequeño drama. Saber que tu hermano tiene de ti tal imagen, en vez de amarte como realmente eres… bueno, al parecer la Vieja Valentine… lo odia, pero así es como todo el mundo la ve ahora, incluida, pobrecita, ella misma… a la Vieja Valentine se le está acabando la paciencia.

—Pero si la Valentine original sigue viva —dijo Wang-mu, aturdida—, ¿quién es entonces la joven Valentine? ¿Quién es realmente? Tú puedes ser Peter porque Peter está muerto y nadie utiliza su nombre, pero….

—Resulta bastante sorprendente, ¿no? Pero mi razonamiento es que, esté muerto o no, yo no soy Peter Wiggin. Como dije antes, no soy yo mismo.

Se acomodó en su asiento y miró al techo. El holograma que flotaba sobre el terminal se volvió para mirarlo. No había tocado los controles.

—Jane está con nosotros —dijo Wang-mu.

—Jane está siempre con nosotros —respondió Peter—. La espía de Ender.

El holograma habló.

—Ender no necesita ninguna espía. Necesita amigos, si puede conseguirlos. Aliados, por lo menos.

Peter extendió aburrido la mano hacia el terminal y lo apagó. El holograma desapareció.

Eso perturbó mucho a Wang-mu. Casi como si él hubiera abofeteado a un niño… o golpeado a una criada.

—Jane es una criatura muy noble y la tratas con una gran falta de respeto.

—Jane es un programa informático con un error en las rutinas de identificación.

Estaba de mal humor, este muchacho que había venido a llvársela en su nave y arrancarla del mundo de Sendero. Pero por sombrío que fuera su carácter, ahora comprendía, una vez desaparecido el holograma del terminal, lo que había visto.

—No es sólo que tú seas tan joven y los hologramas de Peter Wiggin el Hegemón sean de un hombre maduro —dijo Wang-mu.

—¿Qué? —preguntó él, impaciente—. ¿De qué hablas? —De la diferencia física entre el Hegemón y tú.

—¿Qué es, entonces?

—El parece… satisfecho.

—Conquistó el mundo —dijo Peter.

—Entonces ¿cuando tú hayas hecho lo mismo, tendrás también ese aire de satisfacción?

—Supongo. Ése es el propósito de mi vida. Es la misión que me ha encomendado Ender.

—No me mientas ——dijo Wang-mu—. En la orilla del río mencionaste las cosas terribles que hice por ambición. Lo admito… era ambiciosa, estaba desesperada por superar mi terrible condición de inferioridad. Sé a qué sabe, y a qué huele, y la huelo en ti; es como el olor del alquitrán en un día caluroso: apestas.

—¿La ambición tiene olor?

—Yo misma estoy ebria de ese olor.

Él sonrió.

Luego se tocó la joya de la oreja.

—Recuerda, Jane está escuchando, y se lo cuenta todo a Ender. Wang-mu guardó silencio, pero no porque se sintiera cohibida.

Simplemente no tenía nada que decir, y por tanto no dijo nada.

—Así que soy ambicioso. Porque así es como Ender me imaginó. Ambicioso y desagradable y cruel.

—Creía que no eras tú mismo —dijo ella.

Él la miró, desafiante.

—Eso es, no lo soy —apartó la mirada—. Lo siento, Gepetto, pero no puedo ser un niño de verdad. No tengo alma.

Ella no conocía el nombre que había pronunciado, pero sí la palabra alma.

—Toda mi infancia creí que era una sirvienta por naturaleza, que no tenía alma. Luego, un día, descubrieron que tenía una; hasta ahora no me ha hecho demasiado feliz.

—No estoy hablando de un concepto religioso. Estoy hablando del aiúa. Recuerda lo que le sucedió al cuerpo roto de Miro cuando su aiúa lo abandonó.

—Pero tú no te desmoronas, así que debes de tener un aiúa, después de todo.

—Yo no lo tengo, me tiene a mí. Sigo existiendo porque el aiúa cuya irresistible llamada me hizo existir continúa imaginándome. Sigue necesitándome, controlándome, siendo mi voluntad.

—¿Ender Wiggin? —preguntó ella.

—Mi hermano, mi creador, mi torturador, mi dios, mi propia esencia.

—¿Y la joven Valentine? ¿Ella también?

—Ah, pero él la ama. Está orgulloso de ella. Se alegra de haberla creado. A mí me odia. Me odia, y sin embargo es su voluntad que haga y diga todas estas cosas desagradables. Cuando sea despreciable, recuerda que hago solamente lo que mi hermano quiere que haga.

—Oh, echarle la culpa de….

—No le estoy echando la culpa de nada, Wang-mu. Me limito a exponer los hechos. Su voluntad controla ahora tres cuerpos. El mío, el de mi angelical hermana y, por descontado el suyo propio, cansado y maduro. Cada aiúa de mi cuerpo recibe de él su orden y lugar. Soy, en todo lo esencial, Ender Wiggin; ahora bien, él me ha creado para ser el vehículo de todos los impulsos que en sí mismo odia y teme. Su ambición; sí, hueles su ambición cuando hueles la mía. Su agresividad. Su furia. Su crueldad. La suya, no la mía, porque yo estoy muerto, y de todas formas nunca fui así, nunca fui de la forma en que él me vio. ¡Esta persona que ves ante ti es un disfraz, una burla! Soy un recuerdo retorcido. Un sueño despreciable. Una pesadilla. Soy la criatura oculta bajo la cama. Me sacó del caos para que fuera el terror de su infancia.

—Entonces no las hagas —dijo Wang-mu—. Si no quieres ser esas cosas, no las hagas.

Él suspiró y cerró los ojos.

—Si eres tan inteligente, ¿por qué no has comprendido una sola palabra de lo que he dicho?

Pero ella lo comprendía.

—¿Qué es tu voluntad, de todas formas? Nadie puede verla. No la oyes pensar. Sólo sabes lo que persigue tu voluntad cuando examinas tu vida y ves lo que has hecho.

—Ésa es la broma más terrible que me ha gastado —dijo Peter en voz baja, los ojos todavía cerrados—. Examino mi vida y sólo veo los recuerdos que él ha imaginado para mí. Se lo llevaron de nuestra familia cuando sólo tenía cinco años. ¿Qué sabe de mí o de mi vida?

—Escribió
El Hegemón
.

—Ese libro. Sí, basado en los recuerdos de Valentine, tal como ella se los contó; y en los documentos públicos de mi deslumbrante carrera. Y, por supuesto, en las pocas comunicaciones ansible entre Ender y mi desaparecido yo antes de que yo… él, muriera. Sólo tengo unas cuantas semanas de edad, y sin embargo conozco una cita de
Enrique IV, Primera Parte
. Owen Glendower alardeando ante Hotspur. Henry Percy. ¿Cómo puedo saber eso? ¿Cuándo fui al colegio? ¿Cuánto tiempo permanecí despierto por la noche, leyendo viejas obras hasta aprender de memoria mil versos favoritos? ¿Inventó Ender de algún modo toda la educación de su hermano muerto, todos sus pensamientos íntimos? Ender sólo conoció al Peter Wiggin real durante cinco años. No tengo los recuerdos de una persona de verdad. Son los recuerdos que Ender piensa que debería tener.

—¿Él piensa que deberías conocer a Shakespeare y por eso lo conoces? —preguntó ella, dubitativa.

—Si sólo se tratara de Shakespeare… de los grandes escritores o de los grandes filósofos; si esos fueran los únicos recuerdos que tengo….

Ella esperaba que mencionara los malos recuerdos, pero Peter se estremeció y guardó silencio.

—Entonces, si de verdad Ender te controla, entonces… eres él. Eso eres. Eres Andrew Wiggin. Tienes un aiúa.

—Soy la pesadilla de Andrew Wiggin —dijo Peter—. Soy la autorrepulsa de Andrew Wiggin. Soy todo lo que teme y odia de sí mismo. Ese es el guión que me han dado. Eso es lo que tengo que hacer.

Cerró el puño, luego lo abrió en parte, los dedos todavía crispados. Una zarpa. Otra vez el tigre. Y por un instante Wang-mu tuvo miedo. Pero sólo por un instante. El relajó las manos. El instante pasó.

—¿Qué papel tengo en tu guión?

—No lo sé —dijo Peter—. Eres muy lista. Más lista que yo, espero. Aunque naturalmente soy tan vanidoso que no creo que haya nadie más listo que yo. Lo que significa que necesito con urgencia buenos consejos, ya que estoy convencido de no necesitar ninguno.

—Hablas en círculos.

—Lo hago por crueldad; para atormentarte con mi conversación. Pero tal vez tenga que ir más allá. Tal vez se supone que he de torturarte y matarte de la forma que tan claramente recuerdo haber hecho con las ardillas. Tal vez se supone que he de llevarte al bosque, clavar tus extremidades a las raíces de los árboles, y luego diseccionarte paso a paso para ver en qué punto las moscas empiezan a venir a depositar sus huevos en la carne viva.

Ella retrocedió ante la imagen.

—He leído el libro. ¡Sé que el Hegemón no fue un monstruo!

—No fue el Portavoz de los Muertos quien me creó en el Exterior. Fue Ender, el niñito asustado. No soy el Peter Wiggin que tan sabiamente comprendió en su libro. Soy el Peter Wiggin sobre el que tenía pesadillas. El que masacraba ardillas.

—¿Te vio hacerlo?

—A mí no —dijo él, molesto—. Y no, ni siquiera se lo vio hacer a él. Valentine se lo contó. Encontró el cuerpo de la ardilla en el bosque, cerca de su casa en Greensboro, Carolina del Norte, en el continente de Norteamérica, allá en la Tierra. Pero la imagen encajaba tan perfectamente en sus pesadillas que la tomó prestada y la compartió conmigo. Con ese recuerdo vivo. Imagino que el verdadero Peter Wiggin no era nada cruel. Aprendía y estudiaba. No sintió compasión por la ardilla porque no tenía para él valor sentimental. Era simplemente un animal, no más importante que una lechuga. Abrirla le parecía un acto tan inmoral como preparar una ensalada. Pero no es así como Ender lo imaginó, y no es así como yo lo recuerdo.

—¿Cómo lo recuerdas?

—Como recuerdo todos mis supuestos episodios pasados: desde fuera. Me veo a mí mismo terriblemente fascinado mientras siento un maligno placer en la crueldad. En todos mis recuerdos anteriores al momento en que cobré vida en el viajecito de Ender al Exterior, en todos ellos me veo a través de los ojos de otra persona. Es una sensación muy extraña, te lo aseguro.

BOOK: Hijos de la mente
5.69Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Lady of Fire by Anita Mills
A Question of Magic by E. D. Baker
Bear Adventure by Anthony McGowan, Nelson Evergreen
The Law of Attraction by Kristi Gold
The Book of Deacon by Joseph Lallo
Celebrity Bride by Alison Kervin
Greybeard by Brian Aldiss
What Was She Thinking? by Zoë Heller