Read Heliconia - Verano Online
Authors: Brian W. Aldiss
Askitosh, Loraj, Shivenink —donde estaba la Gran Rueda—, Bribhar, Carcampan.
Las mejores regiones cerealeras estaban en Bribhar y Carcampan.
La enumeración terminó con el índice de Madame Dienu señalando hacia el este.
—Así hemos dado toda la vuelta al globo. La mayor parte de Sibomal, como puedes ver, queda atrapada entre el océano y los hielos. Así se explica nuestra independencia. Más allá de Carcampan está la región montañosa de Kuj-Juvec, donde apenas hay seres humanos, y luego se encuentra el Hazziz Superior, que conduce a la península de Chalce; y luego retornamos a la seguridad de Askitosh, la región más civilizada. Llegas en un momento del año en que tenemos en el cielo a Freyr y a Batalix. Pero durante la mitad del Gran Año, Freyr está siempre debajo del horizonte, y entonces el clima es muy severo. Es el Ultra Invierno de la leyenda… El hielo se desplaza hacia el sur, y también, si podemos, los Uskuts, como nos llamamos a nosotros mismos, si podemos. Pero muchos mueren. Muchos mueren / morirán. —Empleaba un presente-futuro-continuo.
Aunque hacía calor, Madame Dienu se estremeció ante el pensamiento.
—En otras generaciones —murmuró—. Por fortuna, esos tiempos crueles están todavía lejos. Pero es difícil olvidarlos. Supongo que se trata de memoria racial… Todos sabemos que el Ultra Invierno ha de volver.
Una vez en tierra, fueron escoltados hasta un sólido carruaje con baldaquino. Cuando los esclavos humanos terminaron de ubicar el equipaje, SartoriIrvrash y Madame Dienu subieron al vehículo. Cuatro yelks los llevaron a buen paso por una de las calles radiales que partían del puerto.
Mientras pasaban a la sombra de una inmensa iglesia, SartoriIrvrash intentó definir las impresiones que sentía. Le asombraba el hecho de que, en buena parte, el coche estuviera construido con metales y no con maderas: de metal eran los ejes, los costados e incluso los asientos.
Se veían objetos de metal por todas partes. La gente que pululaba por las calles, sin dar gritos ni avanzar a empujones como en Matrassyl, llevaba hacia los barcos pailas, escaleras y otros objetos de metal; había hombres de brillantes armaduras. Algunos de los edificios más lujosos tenían puertas de hierro primorosamente labradas o con nombres inscriptos en relieve, como si sus ocupantes se propusieran vivir allí para siempre, pese a la proximidad de las Regiones Circumpolares.
La bruma aplacaba el calor de Freyr, que para el ojo del visitante estaba demasiado alto en el cielo de mediodía. La atmósfera de la ciudad era humosa. Aunque los bosques de Sibornal eran ralos en comparación con las tumultuosas junglas de los trópicos, el continente poseía abundantes reservas de lignito y de turba, así como diversos minerales. Éstos eran fundidos en pequeñas fábricas situadas en varias partes de la ciudad. Cada metal tenía asignada una zona determinada. Allí se agrupaban los maestros y trabajadores especializados, así como sus esclavos. Durante la vida de la última generación, los metales se habían tornado más baratos que la madera.
—Es una bella ciudad —observó uno de los viajeros en un intento por agraciar al visitante.
SartoriIrvrash se sentía disminuido. Resopló suavemente sin responder.
Desde el vehículo estudiaba la forma semicircular de Askitosh. La gran iglesia del puerto era el eje. Después de un semicírculo de edificios había otro de granjas con sembradíos, luego otro de edificios, y así sucesivamente, aunque diversas exigencias rompían en algunos puntos lo que para cualquier borlienés era una simetría abrumadora.
Así llegaron a un gran edificio liso como una caja, en el que se habían abierto ventanas estrechas como ranuras. Sus puertas dobles eran de metal, y en ellas estaban inscriptas, en relieve, las palabras “Primer Conventillo, Sector Seis”. Como se podía ver, un conventillo era una mezcla de hotel, monasterio, convento, escuela y prisión, o al menos esto le parecía a SartoriIrvrash mientras examinaba la celda que le había tocado y leía las reglas.
Las reglas declaraban que se servían dos comidas por día, a las cuatro y veinte y a las diecinueve; que se rezaban oraciones (voluntarias) en la capilla del piso superior; que el jardín se abría durante el crepúsculo para el paseo y la meditación; que se podían recibir instrucciones (para lo que fuera) en cualquier momento; que los visitantes no podían abandonar el edificio sin autorización.
Suspirando, se lavó y se echó en la cama, dejando que la melancolía se apoderara de él. Pero la hospitalidad uskutoshkana, como otras características locales, era rápida y vivaz; de inmediato unos golpecitos rápidos y vivaces se oyeron en la puerta, y el ex canciller fue conducido por un pasillo a una gran sala de banquetes.
Era larga y baja, y recibía luz de las estrechas ventanas a través de las cuales se podía entrever la actividad de la calle. No había alfombras en el suelo; pero el salón exhibía un detalle de lujo, e incluso de grandeza: un enorme tapiz, situado en la pared del fondo, que representaba una gran rueda conducida a través del cielo por unos remeros vestidos de azul, que sonreían de dicha, hacia una sorprendente imagen materna de cuya boca, senos y nariz brotaban las estrellas del cielo rojo.
Tanto asombraron a SartoriIrvrash las características de ese tapiz, que ardía por tomar notas o, incluso, hacer un esbozo; pero le indicaron que avanzara al encuentro de doce personas que aguardaban para darle la bienvenida. Madame Dienu Pasharatid presentó a cada una de ellas por su nombre. Ninguna apretó la mano del ex canciller: en ese país no existía el hábito de tocar la mano de nadie que no perteneciera a la propia familia o clan.
Él intentó retener los complejos nombres, pero el único que conservó en su mente fue el de Odi Jeseratabahr, y esto porque pertenecía a una Monja Almirante, que vestía un uniforme a rayas azules y grises y era, desde luego, mujer. Y además hermosa, dentro de un estilo austero, con dos trenzas rubias anudadas alrededor de su cabeza y rematadas en dos puntas parecidas a cuernos que le daban un aire solemne y cómico a la vez.
Todos los presentes brindaron una afable sonrisa a su huésped de Campannlat y se sentaron a la mesa con gran ruido de sillas de metal raspando el suelo. Apenas estuvieron sentados se hizo silencio, y el más gris de los doce se puso de pie para decir una oración. Los demás se llevaron los dedos a la frente, en actitud de orar. SartoriIrvrash los imitó. La plegaria, canturrearla en presente-futuro-continuo, en condicional eterno, pasado a presente, transferencial, y otros modos y tiempos verbales Sibish, se proponía transmitir un mensaje de agradecimiento al Azoiáxico. La longitud de la oración intentaba, tal vez, ser proporcional a la distancia.
Finalmente concluyó y jóvenes esclavas trajeron una comida compuesta por gran cantidad de platos servidos en pequeñas porciones, en su mayoría vegetarianos —aparte del pescado— y consistentes en algas variadas, crudas o al vapor. También trajeron zumos de frutas y una bebida alcohólica a base de algas llamada yoodhl.
El único plato excepcional que a SartoriIrvrash realmente le agradó fue un animal asado traído con actitud ceremoniosa y que, según pensó, era cerdo. Estaba aún clavado en el asador y le sirvieron una porción pequeña del pecho. Sólo días después descubrió que "treebries" era Nondad asado, un manjar uskutoshki, que sólo se servía a los visitantes más notables.
Durante el banquete, Dienu Pasharatid se acercó a SartoriIrvrash desde atrás y le habló.
—Enseguida la Monja Almirante pronunciará unas palabras. Quizá te alarmen. No te preocupes. Sé que no eres hombre temeroso ni dado a la malicia, así que no pensarás mal de mí por participar en esto.
El ex canciller, súbitamente alarmado, dejó caer el cuchillo.
—¿Qué dirá?
—Anunciará algo que ha de afectar los destinos de nuestros países. Recuerda sólo que me vi obligada a traerte aquí para limpiar mi nombre de la mancha arrojada sobre él por las acciones de mi marido. Recuerda también que odias a JandolAnganol, y todo marchará bien.
Se apartó y regresó a su asiento. El no pudo probar otro bocado.
Una vez terminada la comida se sirvieron licores y comenzaron los discursos.
El primero fue el del panjandrum local, quien les dio la bienvenida en términos casi comprensibles. Luego Madame Dienu se puso de pie.
Después de breves preliminares, fue al grano. Hizo una referencia oblicua a su marido, y declaró que se había sentido obligada a ofrecer una compensación por su alejamiento de las normas diplomáticas. Por eso había rescatado al canciller SartoriIrvrash de la melancólica situación en que se encontraba y lo había traído a Sibornal.
El distinguido visitante podía hacer a Uskutoshk, y en verdad, a todo el continente norte, un servicio que registraría la historia, dando a su nombre un lugar distinguido en sus anales. Nuestra amada y venerada Monja Almirante, Madame Odi Jeseratabahr, explicaría a continuación cuál era ese servicio.
Una premonición terrible hizo que SartoriIrvrash se sintiera aún peor que con el yoodhl. Hubiera deseado un veronikano, pero al ver que nadie fumaba, estaba fumando, fumaría, o siquiera usaba el condicional eterno del verbo fumar, desistió y se aferró a la mesa cuando la Monja Almirante se puso de pie.
Usó para su discurso el Sibish Mandarín propio de una Monja Almirante.
—Monjes-Guerreros; Miembros de la Comisión de Guerra; amigos; distinguido visitante comenzó, sacudiendo sus cuernos rubios—: El tiempo es siempre breve, de modo que abrevio / abreviaré mis palabras. En sólo ochenta y tres años Freyr está / estará en su fase más próxima y por lo tanto el Continente Salvaje y sus bárbaras naciones se encontrarán en una situación del peor pronóstico. Ellas son / han sido incapaces de enfrentar el futuro, que nosotros aquí nos enorgullecemos, a mi entender con toda justicia, de enfrentar / haber enfrentado / haber de enfrentar y estar enfrentando.
“Entre las principales naciones de ese infeliz continente, Borlien es la que sufre / sufrirá mayores dificultades. Por desgracia, nuestra vieja enemiga, Pannoval, estuvo / está floreciente. Hace poco surgió / está surgiendo un factor aleatorio no computado, cuando nuestro comercio de armamentos crecía / crecería por obra de un embajador delincuente. No me demoro / demoraré en este episodio, pero muy pronto las naciones guerreras del Continente Salvaje estuvieron / están / estarán haciendo imitaciones de nuestras armas. Podemos / habremos de poder actuar antes de que esto se difunda, mientras tenemos / estamos teniendo la supremacía indiscutida.”
“Como mis amigos de la Comisión de Guerra ya saben / sabrán, nuestro plan no es / ha de ser otro que la ocupación de Borlien.”
Sus palabras determinaron un profundo silencio. Luego surgió un enérgico murmullo de aclamación. Muchos ojos se volvieron al pálido rostro de SartoriIrvrash.
—No tenemos / habremos de tener tropas suficientes para la ocupación de todo el territorio de Borlien por la fuerza. Nuestro plan es / será anexar Borlien con medios proporcionados involuntariamente por su propio rey JandolAnganol. ¡Una vez subyugada Borlien, atacaremos Pannoval tanto desde el norte como desde el sur!
La concurrencia empezó a aplaudir antes de que la hermosa Almirante concluyera. Todos se sonreían unos a otros y luego sonrieron a SartoriIrvrash, cuya vista estaba clavada en los labios hermosamente curvados de Madame Odi.
—Tenemos / hemos de tener una flota lista para el ataque —dijeron esos labios—. Esperamos / esperaríamos que el canciller SartoriIrvrash venga / haya de venir con nosotros para cumplir un rol esencial. Grande habrá sido / habrá de ser su recompensa.
Nuevos aplausos, algo más contenidos.
—La flota se hace / hará a la vela hacia el oeste. Comando / comandaré el Amistad Dorada. Navegaremos a lo largo de la costa de Campannlat hasta la bahía de Gravabagalinien, donde la reina MyrdemInggala ha sido / está siendo exiliada, desde el oeste. El canciller y yo descenderemos / descenderíamos para liberar a la reina de su exilio, mientras el resto de la flota bombardea / bombardearía Ottassol, el principal puerto de Borlien, hasta su capitulación.
“La reina ha sido / es / ha de ser amada por su pueblo. SartoriIrvrash proclamará el nuevo gobierno de la reina de Ottassol, y será su primer ministro. No habrá necesidad de lucha.”
“Apreciaréis / habríais de apreciar el realismo de este plan. Nuestro distinguido aliado y la reina bárbara, descendiente de la salvaje Shannana de Thribriat, están / estarán unidos por el odio que sienten hacia el rey JandolAnganol. La reina habría / ha de estar feliz en su trono recuperado / por recuperar. Por supuesto, está / estará bajo nuestra supervisión.”
“Apenas nuestro poder en Ottassol esté / haya de estar consolidado, nuestros barcos y tropas avanzarán hacia la capital, Matrassyl. Según los informes de nuestros agentes, hemos de encontrar / encontraremos aliados allí, en particular el padre de la reina y sus partidarios. El inestable gobierno del rey concluirá de inmediato. Su vida también. El mundo no necesita amantes de phagors.”
“Una vez que hayamos dominado Borlien, describiremos un velocísimo movimiento de sable a través del Continente Salvaje, desde Ottassol en el sur hasta Rungobandryaskosh.”
“Vuestra presencia aquí apresurará las cosas. Descansad, amigos, porque se acerca la hora de la acción, una acción gloriosa. El grueso de la flota se pondrá / habrá de ponerse en marcha a la salida de Freyr, dentro de dos días con la ayuda de Dios.”
“Un gran futuro amanece / amanecerá.”
Esta vez, los aplausos fueron incontenibles.
—La ignorancia inmutable y brutal de la gente… Trabajan y no mejoran su destino. O no trabajan. No hay ninguna diferencia. No les interesa nada más allá de su pueblo… Ni siquiera más allá de su ombligo. Mira a esos ociosos. Si fuera tan estúpido como ellos, aún sería un buhonero en el parque de Oldorando…
El filósofo que hacía estos comentarios estaba extendido sobre cojines. Sostenía con la mano derecha una copa de su Exaggerator favorito, con hielo picado y limón, y su brazo izquierdo rodeaba a una muchacha con cuyos pechos jugueteaba.
El auditorio a quien estaban destinadas sus observaciones —excluyendo a la muchacha, que tenía los ojos cerrados— se componía de dos personas. Su hijo estaba apoyado contra la borda de la barca en que viajaban, con la mirada perdida y la boca entreabierta. El chico tenía a su lado un montoncillo de gwing-gwings azules y amarillos, y ocasionalmente escupía un hueso hacia el resto del tráfico fluvial.