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Authors: Marqués de Sade

Filosofía en el tocador (7 page)

BOOK: Filosofía en el tocador
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SRA. DE SAINT-ANGE: Nunca, desde hace doce años no se ha desdicho un solo día, excepto cuando tengo mis reglas. Una joven muy hermosa, que él ha querido que tome a mi servicio, me reemplaza entonces, y todo va a pedir de boca.

EUGENIA: Pero sin duda él no se queda ahí; ¿no concurren exteriormente otros objetos a diversificar sus placeres?

DOLMANCÉ: No lo dudéis, Eugenia: el marido de la señora es uno de los mayores libertinos de su siglo; gasta más de cien mil escudos anuales en los gustos obscenos que vuestra amiga acaba de pintaros hace un instante.

SRA. DE SAINT-ANGE: A decir verdad, tampoco yo lo dudo; pero ¿qué me importan a mí sus excesos cuando su multiplicidad autoriza y oculta con un velo los míos?

EUGENIA: Sigamos, te lo ruego, el pormenor de las maneras con que una joven, casada o no, puede preservarse del embarazo, porque he de confesarte que ese temor me asusta mucho, sea con el esposo que debo tomar, sea en la carrera del libertinaje; acabas de indicarme una al hablar de los gustos de tu esposo; pero esa forma de gozar, que puede ser muy agradable para el hombre, no me parece que lo sea tanto para la mujer, y es de nuestros goces exentos de unos riesgos que temo de lo que deseo que me hables.

SRA. DE SAINT-ANGE: Una joven nunca se expone a tener hijos mientras no se la deje meter en el coño. Que evite con cuidado esa manera de gozar; que ofrezca en su lugar indistintamente su mano, su boca, sus tetas o el ojete de su culo. Por esta última vía, recibirá mucho placer, e incluso más que por otras partes; de las demás maneras, lo dará.

A la primera de esas formas, quiero decir, a la de la mano, se procede como acabas de ver, Eugenia: una sacude, como si lo bombease, el miembro de su amigo; al cabo de algunos movimientos, el esperma salta; el hombre te besa, te acaricia durante ese tiempo, y cubre con ese licor la parte de tu cuerpo que mejor le place. ¿Que lo quiere hacer metido entre los senos? Nos tendemos en la cama, colocamos el miembro viril en medio de los dos pechos, lo presionamos, y al cabo de unas cuantas sacudidas el hombre se corre de tal modo que nos inunda las tetas y algunas veces la cara. Esta manera es la menos voluptuosa de todas, y sólo puede convenir a mujeres cuyo pecho, a fuerza de servicio, haya adquirido suficiente flexibilidad para apretar el miembro del hombre comprimiéndose sobre él. El goce de la boca es infinitamente más agradable, tanto para el hombre como para la mujer. La mejor forma de gustarlo es que la mujer se tienda a contra sentido sobre el cuerpo de su jodedor; te mete la polla en la boca y, con la cabeza entre tus muslos, te devuelve lo que le haces, introduciéndote su lengua en el coño o sobre el clítoris; cuando se adopta esta postura hay que agarrar, empuñar las nalgas y cosquillearse recíprocamente el agujero del culo, episodio siempre necesario para el complemento de la voluptuosidad. Amantes calientes y llenas de imaginación tragan entonces la leche que exhalan en su boca, y gozan delicadamente de este modo el placer voluptuoso de hacer pasar mutuamente a sus entrañas ese precioso licor, malvadamente escamoteado a su destino usual.

 

DOLMANCÉ: Esta forma es deliciosa, Eugenia; os recomiendo su ejecución. Echar a perder así los derechos de la propagación y contrariar de esta forma lo que los tontos llaman leyes de la naturaleza, está realmente lleno de encantos. Los muslos, las axilas, sirven a veces también de asilo al miembro del hombre, y le ofrecen reductos donde su semilla puede perderse sin riesgo de embarazo.

SRA. DE SAINT-ANGE: Algunas mujeres se meten en el interior de la vagina esponjas que, al recibir el esperma, le impiden lanzarse en el vaso que lo haría propagarse; otras obligan a sus jodedores a servirse de una bolsita de piel de Venecia, vulgarmente llamada condón, donde la semilla corre sin riesgo de alcanzar la meta; pero de todas estas maneras, la del culo es la más deliciosa indudablemente. Dolmancé, os dejo que disertéis sobre ella. ¿Quién mejor que vos para pintar un gusto por el que daríais vuestra vida, si su defensa lo exigiera?

DOLMANCÉ: Confieso mi debilidad. Convengo en que no hay ningún goce en el mundo que sea preferible a éste; lo adoro en los dos sexos; pero el culo de un joven muchacho, debo admitirlo, me da aún más voluptuosidad que el de una muchacha. Se llama bujarrones
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a quienes se entregan a esta pasión; ahora bien, cuando uno es bujarrón, Eugenia, hay que serlo hasta el final. Joder a las mujeres por el culo no es más que serlo a medias: es en el varón donde la naturaleza quiere que el hombre se sirva de esta fantasía; y es especialmente por el hombre por el que nos ha dado gusto. Es absurdo decir que tal manía ultraja a la naturaleza. ¿Puede ser, cuando es la que nos lo inspira? ¿Puede dictar lo que la degrada? No, Eugenia, no; se la sirve tan bien ahí como en otra parte, y quizá de forma más santa incluso. La propagación no es más que una tolerancia por su parte. ¿Cómo podría haber prescrito por ley un acto que la priva de los derechos de su omnipotencia, puesto que la propagación no es más que una secuela de sus primeras intenciones, y dado que, si nuestra especie fuera destruida totalmente, nuevas construcciones rehechas por su mano volverían a hacer surgir las intenciones primordiales cuya realización sería más halagadora aún para su orgullo y para su poder?

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Sabéis, Dolmancé, que mediante este sistema llegáis a probar incluso que la extinción total de la raza humana sólo sería un servicio hecho a la naturaleza?

DOLMANCÉ: ¿Quién lo duda, señora?

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Oh, santo cielo! Las guerras, las pestes, las hambres, los asesinatos, ¿no serían más que accidentes necesarios a las leyes de la naturaleza, y el hombre, agente o paciente de tales efectos, no sería por tanto más criminal en un caso de lo que sería víctima en el otro?

DOLMANCÉ: Víctima lo es, sin duda cuando se doblega bajo los golpes de la desgracia; pero criminal, nunca. Ya volveremos sobre todas estas cosas; mientras tanto, analicemos para la bella Eugenia el goce sodomita que constituye ahora el objeto de nuestra conversación. La postura más usada para la mujer, en este goce, es acostarse boca abajo, en el borde de la cama, con las nalgas bien separadas, la cabeza lo más bajo posible. El lascivo, tras haber disfrutado un instante con la perspectiva del bello culo que se le ofrece, tras haberlo palmoteado, palpado, a veces incluso latigado, pellizcado y mordido, humedece con su boca el lindo ojete que va a perforar, y prepara la introducción con la punta de su lengua; moja asimismo su aparato con saliva o con pomada y lo presenta suavemente al agujero que va a horadar; con una mano lo lleva, con la otra separa las nalgas de su goce; cuando siente su miembro penetrar, es preciso que empuje con ardor, teniendo mucho cuidado de no perder terreno; a veces la mujer sufre entonces, si es nueva y joven; pero sin miramiento alguno para con los dolores que pronto van a convertirse en placeres, el jodedor debe empujar con vivacidad su polla gradualmente, hasta que por fin haya alcanzado la meta, es decir, hasta que el pelo de su aparato frote exactamente los bordes del ano del objeto al que encula. Que prosiga entonces su camino con rapidez: todas las espinas están ya cogidas; sólo quedan las rosas. Para acabar de metamorfosear en placer los restos de dolor que su objeto aún experimenta, si es un joven muchacho que le coja la polla y se la menee; que acaricie el clítoris si es una muchacha; las titilaciones del placer que provoca cuando encoge prodigiosamente el ano de la paciente, redoblarán los placeres del agente que, colmado de gusto y de voluptuosidad, disparará pronto al fondo del culo de su goce un esperma tan abundante como espeso, que habrán provocado tan lúbricos detalles. Hay otros que no quieren que la paciente goce: es lo que explicaremos en seguida.

SRA. DE SAINT-ANGE: Permitid un momento que sea alumna a mi vez y que os pregunte, Dolmancé, en qué estado debe encontrarse, para complemento de los placeres del agente, el culo del paciente.

DOLMANCÉ: Lleno, por supuesto; es esencial que el objeto que sirve tenga entonces las mayores ganas de cagar, a fin de que la punta de la polla del jodedor, al alcanzar el mojón, se hunda en él y deposite más cálida y blandamente la leche que lo irrita y enardece.

SRA. DE SAINT-ANGE: Me temo que el paciente ha de conseguir así menos placer.

DOLMANCÉ: ¡Error! Ese goce es tal que resulta imposible que algo lo perjudique y que el objeto que lo sirve no se vea transportado al séptimo cielo al gozarlo. Ninguno vale tanto, ninguno puede satisfacer de este modo tan completo a los dos individuos que se le entregan, y es difícil que quienes lo hayan gustado vuelvan a probar otra cosa. Ésas son, Eugenia, las mejores formas de saborear el placer con un hombre sin correr los riesgos del embarazo; porque, estad bien segura de ello, se goza no sólo ofreciendo el culo a un hombre del modo que acabo de explicaros, sino también chupándolo, magreándolo, etc., y he conocido mujeres libertinas que ponían con frecuencia mayores encantos en estos episodios que en los goces reales. La imaginación es el aguijón de los placeres; en los de esta especie, lo regula todo, es el móvil de todo; ahora bien, ¿no se goza por ella? ¿No es de ella de la que proceden las voluptuosidades más excitantes?

SRA. DE SAINT-ANGE: De acuerdo, pero Eugenia debe tener cuidado; la imaginación sólo nos sirve cuando nuestro espíritu se halla totalmente liberado de prejuicios: uno solo basta para enfriarla. Esta caprichosa porción de nuestro espíritu es de un libertinaje que nada puede contener; su mayor triunfo, sus delicias más eminentes, consisten en rompertodos los frenos que se le oponen; es enemiga de la regla, idólatra del desorden y de todo lo que lleva los colores del crimen; de ahí procede la singular respuesta que dio una mujer imaginativa que jodía fríamente con su marido: —¿Por qué tanto hielo?, le decía éste. —¡Vaya! Pues la verdad, le respondió aquella singular criatura, es que lo que me hacéis es completamente tonto.

EUGENIA: Me gusta hasta la locura esa respuesta... ¡Ay, querida, qué disposiciones siento en mí para conocer esos divinos impulsos de una imaginación desordenada! No imaginas, desde que estamos juntas..., sólo desde ese instante, no, no querida, no puedes figurarte todas las ideas voluptuosas que ha acariciado mi espíritu... ¡Ay, cómo comprendo ahora el mal!... ¡Cuánto lo desea mi corazón!

SRA. DE SAINT-ANGE: Que las atrocidades, los horrores, los crímenes más odiosos no te asombren ya, Eugenia: lo más sucio, lo más infame y lo más prohibido es lo que mejor excita la cabeza..., es siempre lo que nos hace descargar con mayores delicias.

EUGENIA: ¡A cuántos extravíos increíbles no habréis debido de entregaros uno y otra! ¡Cuánto me gustaría conocer los detalles!

DOLMANCÉ,
besando y palpando a la joven
: Bella Eugenia, antes preferiría cien veces veros experimentar cuanto yo quisiera hacer que contaros lo que he hecho.

EUGENIA: No sé si sería demasiado para mí prestarme a todo.

SRA. DE SAINT-ANGE: Yo no te lo aconsejaría, Eugenia.

EUGENIA: Bueno, le perdono a Dolmancé sus detalles; pero tú, mi buena amiga, dime, te lo ruego, qué es lo más extraordinario que has hecho en tu vida.

SRA. DE SAINT-ANGE: Me las he entendido yo sola con quince hombres: he sido jodida noventa veces en veinticuatro horas, tanto por delante como por detrás.

EUGENIA: Eso no son más que desenfrenos, proezas: apuesto a que has hecho cosas más singulares.

SRA. DE SAINT-ANGE: He estado en el burdel.

EUGENIA: ¿Qué quiere decir esa palabra?

DOLMANCÉ: Se llama así a las casas públicas donde, por un precio convenido, cualquier hombre encuentra jóvenes y hermosas muchachas dispuestas a satisfacer sus pasiones.

EUGENIA: ¿Y tú te has entregado allí, querida?

SRA. DE SAINT-ANGE: Sí, he estado allí de puta, he satisfecho durante una semana entera las fantasías de muchos viciosos, y he visto gustos muy singulares; por un principio igual de libertinaje, como la célebre emperatriz Teodora, mujer de Justiniano,
[7]
los atrapé en las esquinas de las calles..., en los paseos públicos, y me jugué a la lotería el dinero ganado en esas prostituciones.

EUGENIA: Querida, conozco tu cabeza, has ido mucho más lejos todavía.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Es eso posible?

EUGENIA: ¡Oh! Sí, sí, y mira cómo lo imagino: ¿no me has dicho que las sensaciones morales más deliciosas nos venían de la imaginación?

SRA. DE SAINT-ANGE: Sí lo he dicho.

EUGENIA: Pues bien, dejando errar esa imaginación, dándole libertad para franquear los últimos límites que querrían prescribirle la religión, la decencia, la humanidad, la virtud, en fin, todos nuestros presuntos deberes, ¿no es cierto que sus extravíos serían prodigiosos?

SRA. DE SAINT-ANGE: Indudablemente.

EUGENIA: Ahora bien, ¿no ha de excitaros más gracias a la inmensidad de sus extravíos?

SRA. DE SAINT-ANGE: Nada más cierto.

EUGENIA: Si esto es así, cuanto más agitadas queramos estar, más desearemos conmovernos con violencia, más rienda suelta habrá que dar a nuestra imaginación en las cosas más inconcebibles; nuestro goce mejorará entonces en razón del camino que haya hecho la cabeza, y...

DOLMANCÉ,
besando a Eugenia
: ¡Deliciosa!

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Qué progresos ha hecho la bribona en tan poco tiempo! Pero ¿sabes, encanto, que se puede ir lejos por el camino que nos trazas?

EUGENIA: Así lo entiendo, y puesto que no me impongo ningún freno, ya ves adónde sospecho que se puede llegar.

SRA. DE SAINT-ANGE: A los crímenes, malvada, a los crímenes más negros y más horribles.

EUGENIA,
en voz baja y entrecortada
: Pero tú dices que no existen... y además, sólo es para calentarse la cabeza: no se hace nada.

DOLMANCÉ: ¡Es, sin embargo, tan dulce hacer lo que uno ha imaginado!

EUGENIA,
ruborizándose
: Pues bien, se hace... No pretenderéis convencerme, queridos preceptores, de que jamás habéis hecho lo que habéis imaginado...

SRA. DE SAINT-ANGE: A veces lo he hecho.

EUGENIA: ¡Ya llegamos!

DOLMANCÉ: ¡Qué cabeza!

EUGENIA,
prosiguiendo
: Lo que te pido es lo que has imaginado, y lo que has hecho tras haberlo imaginado.

SRA. DE SAINT-ANGE,
balbuceando
: Eugenia, algún día te contaré mi vida. Prosigamos nuestra instrucción..., porque me harías decir unas cosas...

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